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Post: ¿Dos mundos? A través de un kimono

En una sala decorada con un biombo en colores de caramelo, flores de cerezo y paisajes habitados, una mujer descansa serena sobre una silla de bambú. La joven, que sostiene un libro cerrado, vierte despreocupada su mirada en el suelo, mientras nosotros lo hacemos en un detalle mayor: su kimono de color jazmín. Las paredes del biombo, las pinturas y hasta los soportes que sostienen los libros nos trasladan conscientemente a un mundo que conocemos y que sentimos, al mismo tiempo, como algo lejano y desconocido: Japón.



Hay veces que, algunos objetos ─una carta, una foto, un cuadro─ son capaces de sintetizar un cosmos entero. En este caso, un cuadro muy peculiar del Museo Thyssen, Joven con vestido japonés”, contiene tras de sí un universo de miradas entre dos mundos a veces planteados como opuestos ─Occidente y Oriente─, pero que a lo largo de la historia han mantenido lugares de encuentro y diálogo. A menudo dominados por la pasión por lo exótico y lo extraño, los pintores decimonónicos desarrollaron un gran interés por la estética japonesa y todo lo que la rodeaba, buscando otros mundos en los que proyectar su imaginación de lo distinto. El autor de estos trazos es William Merritt Chase, un pintor impresionista estadounidense que vivió hace dos siglos, deambulando también por Europa. Además de dedicar su vida a los cuadros fue un notable coleccionista de objetos orientales, afición que compartía con su colega James McNeill Whistler, también pintor. Sin embargo, el fenómeno de coleccionar objetos japoneses y de otras no era algo banal en aquella época: en el imaginario de un Occidente imperial que comenzaba a expandirse por el mundo gracias a su poder industrial, “Oriente” era visto como una zona fuertemente diferenciada, pasional, exótica, distante, y en general, contrapuesta a lo que significaba Occidente.


La pintura, por su lado, también reflejó esta imagen pasional de territorios distantes. El Orientalismo tuvo una de sus ramificaciones en el fenómeno del Japonismo, donde las pinturas japonesas de los grandes maestros despertaron una auténtica fascinación entre los artistas europeos que llegó a transformar la propia historia del arte, ofreciendo nuevas doctrinas estéticas que chocaban frontalmente con el academicismo más arraigado en las escuelas pictóricas. En otras palabras, con la llegada de los ukiyo-e de autores como Hokusai, Utamaro o Hiroshige, algunos artistas impresionistas y postimpresionistas obtuvieron una nueva inspiración para reformular el estilo y el propio concepto de arte. El propio van Gogh plasmaría en sus cartas a su hermano Theo todo aquello que despertaba en él la pintura nipona: “Si estudiamos el arte japonés, vemos a un hombre indudablemente sabio, filósofo e inteligente, que se dedica a qué ¿A estudiar la distancia de la Tierra a la Luna? No. ¿A estudiar la política de Bismark? No. Estudia una sola brizna de hierba. Pero esa brizna de hierba le lleva a dibujar todas las plantas, después las estaciones, los grandes aspectos de los paisajes y, por último, los animales y también la figura humana. Así transcurre su vida y la vida es demasiado corta para hacerlo todo.” Japón era el sueño de van Gogh, una reserva espiritual imaginada con la que repensar no solo el arte, sino también la propia vida.


Con su tez serena y mirada vertida, la joven del kimono nos traslada a través de su vestido a un tiempo donde el “Lejano Oriente” era percibido con pasión y exotismo en las visiones de los europeos, un lugar donde proyectar sus ideas de lo distinto. Años después, una historia más global ha permitido derribar las fronteras entre esos supuestos dos mundos dispares y repensar nuestra imagen de Asia y de Japón desde una óptica mucho más profesional; una forma menos estereotipada y desligada de las connotaciones más distorsionadas y problemáticas para comprender y estudiar la cultura ─cualquier cultura─. Sin embargo, aún queda en nosotros un sentimiento común: la fascinación que despierta un cuadro, un libro o un haiku japonés y la voluntad de saber más y mejor. Una pasión que nos conecta con la joven del kimono o con van Gogh.


Salvador Valera

Fuentes:

Alarcó, P. (s.f.). Joven con vestido japonés. Museo Nacional Thyssen-Bornemisza. Madrid, España. Disponible en: https://www.museothyssen.org/coleccion/artistas/chase-william-merritt/joven-vestido-japones-quimono

Van Gogh, V. (2007). Las cartas. Madrid, España: Akal.

Said, E. W. (2002). Orientalismo. Barcelona, España: Debolsillo.

Almazán Tomás, V. D. (2003). La seducción de Oriente: de la “chinoiserie” al japonismo. Artigama: revista del departamento de Historia del Arte de la Universidad de Zaragoza, (18), 83-106



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